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Esteban Mejía Serrano

Nuestro mundo (in)feliz

Por Esteban Mejía Serrano



Era 1932, y el mundo enfrentaba las consecuencias económicas de la Gran Depresión. Varios países europeos, aún golpeados por lo ocurrido durante la Primera Guerra Mundial, lidiaban con hambrunas, desempleo y el auge de regímenes fascistas o comunistas. En ese contexto, Aldous Huxley escribió Un Mundo Feliz, una novela en la que proyectó un retrato distópico de una sociedad que parecía lejana e incluso imposible. Se trataba de un escenario impresionante, en el que la eugenesia –intervención manipulada de los genes–, la sociedad de consumo desenfrenada y la concepción del ser humano como una máquina regirían la vida cotidiana. Leerlo hoy nos hace preguntarnos qué tan lejos –o peor, qué tan cerca– estamos del mundo feliz de Huxley.


El escenario que plantea Huxley implica consecuencias para la esfera política y cultural, así como para el ejercicio del poder social. En esta versión distorsionada de Londres, Huxley nos expone una vida donde ser infeliz está prohibido. La vida es aparentemente perfecta, con todo resuelto, pero en el fondo es vacía y plástica: los fundamentos sobre los cuales se sustenta a la sociedad cambian por completo ante un Gobierno que busca eliminar los sentimientos de la vida de las personas, fecundar los óvulos de manera artificial e hipnotizar a los ciudadanos a través del “Soma”, un alucinógeno que los abstrae de la realidad y los incita a obedecer.


En ese sentido, el Soma es un símbolo cuya relación con nuestra vida actual es bastante notable. Existe una presión permanente para aguantar niveles de estrés desmedido y para mantener al ser humano en una constante de trabajo y responsabilidades excesivas. Por ende, uno de nuestros primeros reflejos es fugarnos de la realidad. Como no tenemos tiempo para nada, buscamos algo como el Soma para huir en el momento en que podamos. En nuestro caso, los símiles pueden ser las drogas, el alcohol o, incluso, el metaverso.


El último es una representación de cómo, cuando nuestra realidad se vuelve insoportable, buscamos entrar en mundos abstractos que nos permiten experimentar con todo lo que no podemos vivir. Fundamentalmente, terminamos viviendo en un plano que nos aísla, que, paradójicamente, nos desconecta de nosotros mismos y de los demás, mientras nos promete una conectividad más cercana con el resto del mundo.


Es este mismo metaverso el que constantemente, nos bombardea con información, estereotipos e ideales de éxito que se fundamentan en el dinero, la apariencia física y la romantización de la ausencia de tiempo. Sin embargo, dice más de un artista que estar vivo no es lo mismo que vivir. Si nos enfocamos en construir nuestras vidas en torno a lo que se espera de nosotros por parte de la sociedad de consumo, probablemente nunca nos realicemos como personas; al contrario, nos sentiremos atrapados hasta que hagamos algo al respecto.


Si nos quedamos atrapados –muchas veces sin saberlo–, comienza el camino a la deshumanización. En la novela de Huxley, se logra un control social implacable mediante la abstracción, en el que los mismos habitantes de Londres se encargan de presionarse entre ellos para no sentir ningún tipo de emociones naturales: alegría, tristeza, rabia, amor u odio. Huxley puede parecer exagerado, pero ¿realmente lo es? Podemos no haber llegado, totalmente, al punto de no expresar lo que sentimos. Sin embargo, ¿cuántas veces dejamos de lado el sentir y el palpitar porque tenemos cosas más importantes que hacer? ¿cuántas veces creemos que somos débiles por expresarnos?


No es el Estado el que nos está imponiendo este estilo de vida, al menos no de manera explícita o punitiva. Y eso, ciertamente, hace que estos fenómenos sean menos visibles en la cultura política o en el funcionamiento social de una comunidad. Pero no por eso son menos importantes. A veces señalamos al Estado como el culpable de nuestros problemas, de quitarnos la libertad a través de este tipo de herramientas de control. Sin embargo, la libertad la estamos perdiendo entre nosotros mismos; se están presentando este tipo de situaciones sin imposición alguna. Nosotros lo estamos permitiendo, tácita o explícitamente, y eso es más preocupante que el escenario de imposición.


Teniendo en cuenta todo lo anterior, es crucial pensar cómo no quedarnos atrapados en estas realidades abstractas, o cómo no dejarnos llevar por estas dinámicas deshumanizantes. En Un Mundo Feliz, el personaje de John El Salvaje, un hombre que vive en un área a las afueras de Londres, donde el régimen de control social no tiene mayores efectos, se enfrenta a involucrarse con la sociedad londinense. A pesar de la presión constante a la que John es sometido, él se rehúsa a someterse al control mental que le genera el Soma y quienes le rodean.


Para eso, John apela a su lado humano, es decir, a ser libre para sentir y tener una vida que no esté completamente solucionada, como la de quienes le rodean. Entiende que, en la vida humana a veces se sufre y otras se es feliz, pero que ese sentir hace parte de ella. Tenerla solucionada es un sinsentido. John se refugia en la literatura y en sus creencias espirituales para enfrentarse a este mundo inhumano, frío y banal que lo rodea. Es capaz de enamorarse, de sufrir y de entender que el mundo de consumo y espectáculo en el que vive no es un lugar donde pueda realizarse.


En un personaje como John El Salvaje, Huxley deja un mensaje claro, al que me adhiero como defensor de la expresión del alma humana a través del arte y las ideas: sin importar que el mundo que nos rodee nos llene de estímulos e incentivos para no ser más que consumidores y difusores de una cultura desconectada de lo humano, depende de nosotros manifestarnos ante tanto cinismo.


Depende de nosotros entender que somos más que un dato más en una hoja de cálculo, y que las emociones que podemos manifestar, unas explicables y otras no, deben ser expresadas a través de medios que nos hagan palpitar, como las artes, la cultura y los momentos para el espíritu. Depende de nosotros no dejarnos absorber y no dejarnos consumir por un mundo que no cree en el sentir y trascendencia del ser. Depende de nosotros no terminar en Un Mundo Feliz, sino en un mundo real y con sentido trascendente.


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