Por Marcela Duque Ramírez
Desde hace unos años espero la llegada de abril con cierta ilusión. T.S. Eliot escribió que era el mes más cruel, pero para mí es el mes más dulce. Es cuando Washington luce todo el esplendor de su primavera—todavía quedan algunos cerezos en flor y ya empiezan a proliferar los tulipanes, las azaleas, magnolias—y el sol llama a la puerta con una invitación más cálida a salir a dar un paseo. La irrupción de la primera, además, coincide con el tiempo pascual y emociona advertir este cántico de las criaturas que proclaman la Resurrección. Los lirios blancos que llenan las iglesias parecen haber nacido precisamente para el día de Pascua, para aclamar por dentro lo que las demás flores aclaman fuera. No en vano es el mes de la poesía. Por si fuera poco, desde hace unos años, es también para mí el mes en el que celebro una amistad en especial, una amistad a la que me unen años de experiencias compartidas y un mismo amor por la poesía.
En abril tengo un reto con mi amiga X., de esos que empiezan como un juego y terminan por convertirse en pacto y tradición: escribir e intercambiar un poema diario. Abrimos una conversación en Gmail que se va extendiendo con dos poemas al día, que luego comentamos brevísimamente, a veces sólo con emojis, por WhatsApp. Hay un poco de todo: bueno, regular, malo. Poemas serios, poemas en broma. Al final lo que importa es esa disciplina diaria, la decisión de robarle al día un espacio para la poesía, y este intercambio amistoso que siempre nos une un poco más. Así me he enterado de grandes hitos en la vida de X., que quizá hubiera conocido de otro modo, pero de una forma un poco menos íntima. De otros tengo la certeza de que no me hubiera enterado nunca. Lo mejor de todo, sin embargo, es que es un mes para compartir las cosas que vemos, aquello que aquel día ha capturado nuestra atención. Como es abril, en mis poemas saldrá el tulipán que me impresionó cierta mañana. Como X. tiene un hijo, en sus poemas saldrá la pregunta inesperada en el parque. Y así, con insistencia diaria, compartimos algo de nuestra vidas.
Hace unos días, leí un ensayo de John Cuddeback sobre la amistad que abría con una cita de Charles Péguy: “One must always tell what one sees.” — Debemos siempre contar lo que vemos. Cuddeback comenta que podría ser una invitación a ser veraces, a no hablar falsamente, a decir sólo aquello que se ve. Pero también se puede poner el énfasis en el contar, en esa necesidad humana de compartir las experiencias. Una amistad es tener a quién contarle algo, y porque experimentamos el gozo de compartir lo que vemos, tenemos una razón de más para mirar con atención y así compartir esa mirada con nuestro amigo. Esto, pensé, es lo que pasa con mi amistad con X. durante el mes de abril. Es lo que hacemos a través de estos poemas: compartir lo que vemos y afinar nuestra visión. De hecho, ambas hemos experimentado que por lo general no viene primero la observación y luego la palabra, sino que son las palabras, o más bien, las palabras que nos faltan pero que adivinamos, las que estamos buscando y que aún no tenemos; las que nos permiten mirar con más atención el mundo. Estamos en busca de una imagen, de una intuición poética, de una bobina de la cual tirar el hilo. Así, el mundo nos sale al encuentro como un lugar poético, la prosa diaria se convierte más fácilmente en lírica de lo cotidiano.
Si abril es el mes de la poesía, para mí es, sobre todo, el mes de la amistad. Una amistad mayéutica que logra dar a luz a esa criatura extraña y por lo general elusiva que es un poema. Es emocionante compartir lo que admiramos y encontrar en la bandeja de entrada un poema recién nacido, quién sabe con qué sorpresa, con qué feliz hallazgo de una imagen capaz de transformar por completo mi mirada. Esta capacidad de ensanchar la mirada es un poder operativo en toda amistad, que se fragua en largas conversaciones y muchas experiencias compartidas. Por eso es casi milagroso lo que puede lograr un poema casi instantáneamente en un par de versos, lo que logra mi amiga con esos poemas tan suyos que suelen romperme un poco el corazón.
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