Por Eliana González Ospina
Ser de mente abierta está de moda: en mi generación (proyectando hacia las de arriba y abajo) se respira el sentimiento alegremente compartido muchos de que la inclusión, la normalización y demás términos de amplia circulación en Twitter y otras redes sociales son la solución para la lucha sufrida en contra de la opresión, heteronormatividad, el patriarcado y la exclusión, términos estos no menos divulgados.
Parece que la victoria de esta lucha, apropiada por la mayoría como suya, se ha vuelto el fin de una campaña común que nos involucra, o al menos nos debería involucrar a todas, todos y todes.
Y es que quien no se sabe militante en esta batalla campal es una baja más del heteropatriarcado, que dejándose engullir por sus fauces, ha perdido el sentido de justicia, perpetuando la invisible y omnipresente opresión.
Así, quien da por sentado su heterosexualidad es un pansexual reprimido. La mujer que está en contra del aborto es el Judas del feminismo moderno y, además, verdugo de su propia ejecución. Quien se plantea la paternidad como una decisión de vida y una vocación es un inconsciente antiambientalista. Y qué decir de aquellas pobres almas que, desde una perspectiva religiosa del mundo (y no por un detox holístico) deciden abstenerse de comer carne en Cuaresma. De los locos que se rehúsan a identificarse con el lenguaje inclusivo ni vale la pena hablar.
¿Qué pasa entonces con aquellos que, de manera más o menos consciente, han decidido vivir su vida guiada por parámetros antiestéticos para nuestra sociedad posmoderna? ¿En qué espectro de la inclusividad quedan los que llamamos oprimidos y de mente cerrada?
Hace no mucho, una familiar que me es muy querida, militante activa por la inclusión, con ocasión de nuestras sonadas pasadas elecciones, hizo de sus redes sociales zona de exclusión expresa para petristas, simpatizantes de izquierda, socialistas y todas aquellas personas que no evolucionaron del fiquismo al rodolfismo, como correspondía. ¿Hasta dónde incluyen los incluyentes, entonces?
Este no es un ejemplo particularmente mediático ---pero sí frecuente--- de quien, llamándose liberal social, cierra toda posibilidad de apertura política. El problema no son las ideas liberales que acompañan al discurso inclusivo, sino la actitud de anulación total de las personas con ideologías por fuera de nuestra zona de inclusión.
Hace no muchos años, en un curso de filosofía del derecho en París, hablamos sobre la historia del derecho alemán. Algunas escuelas lo definían como la forma de vida efectiva de la comunidad popular. Es decir, la forma en la que los alemanes vivían era Derecho y la norma presuponía una situación normal. El sistema se entiende mejor con una metáfora geográfica: si trazamos un círculo, las situaciones que se encuentren dentro de él y del estado de normalidad están protegidas por el Derecho y la justicia, mientras que todo aquello por fuera del contorno no entra dentro del ámbito de protección de la norma y se deja a la suerte del arbitraje. Las consecuencias de esta doctrina son evidentes.
No pretendo igualar las consecuencias históricas de la exclusión jurídica y social alemanas con la hostilidad en redes sociales o espacios académicos, sino simplemente mostrar que el desprecio y la anulación, no de la diferencia, sino del diferente, pueden terminar deshumanizando a la persona (y mucho más fácilmente si está al otro lado de mi feed de Twitter).
El relativismo moral nos ha llevado a tal deformación de la noción de persona que confundimos a las ideas con la voz que las porta. Al César lo que es del César: las ideas son ideas y su valor de verdad o bondad debe enfrentarse en sí mismo, no en quien las propone. Sólo cuando aprendamos a ver el valor del rostro frente al nuestro podremos cambiar el desprecio por el debate.
Soy mujer, no persona menstruante con capacidad de gestar. Soy heterosexual, no reprimida por el heteropatriarcado. Deseo ser madre, y creo firmemente que la verdadera libertad, no la versión progresista que se vende barato en Twitter, consiste en reconocer la maternidad responsable como el verdadero hito del Feminismo, y me niego a creer que la inclusividad me relegará a "Progenitor 1" o persona lactante. Considero el aborto el mayor hito de la opresión sobre los débiles y perpetuación de la violencia de género y aunque cueste creerlo, soy feminista.
¿Acaso nos encontramos personas como yo dentro del ámbito de protección de la inclusión?
Comments