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Entrevista: Juan Luis Mejía Arango

Por Esteban Mejía Serrano


Juan Luis Mejía Arango es un abogado, escritor y educador antioqueño. Fue Ministro de Cultura y diplomático, aunque es más conocido por su rol como rector de la Universidad EAFIT, que ejerció entre 2004 y 2020. Una de las autoridades colombianas en el ámbito de la historia y sociedad, hoy está dedicado a la escritura y sigue involucrado en proyectos educativos escolares y universitarios.



Juan Luis, desde tu experiencia, ¿cuál crees que es el principal aporte que la universidad le puede hacer a la cultura?


La cultura es un concepto muy amplio, y cada vez se hace más amplio, que es un tema bien interesante. Es un concepto mutante, que se va enriqueciendo de contenidos a medida que avanza la sociedad. Si tú lees un texto de los años sesenta que hable de la palabra cultura, ya está siendo cierta referencia pero, hoy, en 2022, la cultura abarca muchas dimensiones. En términos muy sencillos, hoy entendemos la cultura en tres dimensiones. Una, la cultura como memoria, de la que nosotros somos poseedores de una herencia que nos hicieron. Luego, hay otra dimensión que es la cultura como creación. Hay una corriente teológica que a mí me gusta mucho que dice que Dios dejó inconcluso el universo y creó al hombre para que el hombre concluyera la obra de Dios, que es la cultura, y que es la gran facultad del ser humano, crear y recrear. Y hoy se le ha incorporado un tercer elemento que ha sustituido lo que antes era la urbanidad (que desafortunadamente es un concepto que cayó en desuso y que ahora huele como a naftalina) y que ha sido sustituido por la cultura ciudadana, que es la forma en que habitamos la ciudad o los territorios de una manera civilizada. La urbanidad era el comportamiento en la urbe, entonces, cultura ciudadana es cómo nos comportamos para poder tener un pacto social. Son tres dimensiones en las que hoy entendemos la cultura: como herencia y memoria, como creación y como cultura ciudadana.


¿Cuáles crees que son los desafíos más importantes que nos presenta la cultura actual?


La primera es la pérdida de memoria, una sociedad que crece sin memoria. Yo comparo la cultura de una sociedad con un árbol. Un árbol necesita raíces y luego, a partir de esas raíces, hay un follaje que da frutos y flores, que dijéramos que es la creación. Pero un árbol que crece sin raíces es una sociedad que crece sin memoria, y estamos perdidos en el tiempo y el espacio. De manera que, una de las grandes preocupaciones mías, sobre todo en tu generación, es que están creciendo con mucha información pero muy poco arraigo de dónde venimos. Y, lo otro que me preocupa mucho es cómo se disemina la cultura. Me parece que las industrias culturales actuales, en su búsqueda de tener mercado, han frivolizado la cultura y la han vuelto una mercancía (...) en la música, en muchos de los aspectos que no exaltan al ser humano sino que por el contrario lo degradan. Son mis dos grandes preocupaciones: la carencia de memoria —nacer y vivir sin un referente en el pasado— y lo otro, lo frívolo que los medios de comunicación o las industrias culturales transmiten. Entonces, la reflexión profunda, la lectura profunda, las lecturas complejas… En esta inmediatez que vivimos con las nuevas tecnologías, hace que estemos viviendo en una sociedad con mucha información pero muy superficial.





¿Crees que un reto hoy sea el individualismo, vinculado a una visión egocéntrica que se tiene de la persona?


Completamente. Y eso nos hace olvidar que somos seres en cuanto somos seres en colectividad, eso nunca se nos puede olvidar. Mirá, tal vez el único ser (y eso que al final tuvo compañía) fue Robinson Crusoe. Es el único ser que, en ficción, vivió en soledad. Pero hoy el ser humano es un ser en permanente interacción. Toda esta inmediatez, todos estos procesos que estamos viviendo nos hacen, primero, vivir una época llena de sensualismo, como si la vida no tuviera reveses… el esfuerzo no existe. Eso nos lleva a algo que tiene una profunda consecuencia social, y es que somos una sociedad de derechos pero no de deberes. Una de mis grandes reflexiones es esta: todo derecho es una doble moneda, lleva a alguien que tiene la obligación de hacer efectivos esos derechos, que es el Estado. En un país como Colombia, con un Estado tan pequeño y tan débil y con unas exigencias cada vez mayores, lleva a una insatisfacción social inmensa. Creemos que toda la responsabilidad es del Estado y no de la sociedad.


Por eso no somos parte de un ser colectivo. Siempre hay que recordar el discurso de posesión de [John F.] Kennedy: no diga qué va a hacer Estados Unidos por usted sino qué va a hacer usted por Estados Unidos. Yo leo la Constitución del 91 y hay cerca de 90 artículos de derechos, y creo que hay un artículo con cinco puntos sobre deberes ciudadanos. Estamos creciendo sin responsabilidad frente a nuestros semejantes. Y eso me parece que empobrece el concepto del ser humano porque el ser humano es ante todo un ser colectivo, o en colectividad.


Relacionado con todo esto que dices, también tenemos una cultura con ese llamado permanente a producir. Incluso lo podemos vivir desde la universidad, como estudiantes. ¿Cómo lograr que una sociedad valore las cosas “poco útiles” como las humanidades? Y más, una sociedad como la colombiana.


Todo esto lleva también a que seamos una sociedad de consumo. Esa productividad es porque hay una demanda de consumo permanente. Uno de mis escritores [favoritos] es [Henry David] Thoreau y dice de una manera tan hermosa “el hombre es rico en la medida de cosas que es capaz de dejar a un lado”. Y realmente, si uno se da cuenta, uno puede vivir con muy poco. Hay un tema en eso del consumismo, que a mí me lleva también a una gran reflexión, y es que ese consumo no es solamente de objetos materiales, sino que también nos ocupa el tiempo de ocio. Por eso, los romanos, inspirados en los griegos, decían tan sabiamente el neg-ocio: la negación del ocio. Yo creo que parte fundamental del humanismo nace de cada ser humano, y del conocimiento que cada ser humano tenga de sí mismo. Estamos creciendo sin pausa, sin momento de hablar con uno mismo, sin hacer un alto en el camino. En teoría del arte, hay un concepto que se llama el terror vacuo, que era el terror al vacío, y por eso en muchas culturas, todo está lleno. El Barroco: tú entras a una iglesia y todo está lleno, porque había un miedo al vacío. El mundo egipcio es todo cubierto, en una iglesia ortodoxa no hay un solo espacio, es el terror al vacío. Hoy vivimos con un terror al vacío, un terror a estar solos. A mí me impresiona, se llega a una finca a disfrutar de la naturaleza, y lo primero que prenden es un equipo de sonido que arrasa con cualquier contacto con ella. Estamos viviendo una época que nos está consumiendo el espacio para hablar con nosotros. Y uno no puede hablar de humanidad si no reflexiona permanentemente sobre cuál ser humano es uno. Ahí no es solamente el consumo de cosas materiales, sino ese virus que nos roba el tiempo.


¿Cómo enfrentar esos retos que tiene este crecimiento desenfrenado? Sobre todo frente al conocimiento, la lectura y la persona?


Ahí juega un papel determinante la educación. La educación es el pilar, y lo enfrentamos los que trabajamos en ella. Hay dos momentos en la educación: hay un momento hasta antes de la adolescencia donde la relación es triangular: estudiante, familia, institución educativa. Pero se llega a la adolescencia y ya es un cuadrado: es estudiante, familia, institución y contexto. Cuando ese contexto empieza a invadir y de alguna manera afectar la educación. A veces me pregunto… hoy es viernes, estos chicos mayores salen y nosotros no tenemos ni idea de qué pasa del viernes en la noche al lunes en la mañana, cómo afecta ese entorno a todos los esfuerzos que hacemos en la educación. Esto nos lleva a otro tema que es fundamental, y es que la educación no es monopolio de la institución educativa, sino que es una asociación suya con las familias. Todo lo que podamos hacer en una institución, si no está acompañado con un mismo concepto de educación con la familia, está perdido. Con los pequeños, el proceso es enseñar a leer, que es uno de los actos mágicos del mundo. Yo los veo, es que acordate que [las letras] son veintisiete signos abstractos que no quieren decir nada. Como decía García Marquez, tan hermosamente en el discurso de los ochenta años: “y saber que todo lo hice con veintisiete letras y los dedos”. Cuando se unen dos signos abstractos y sale una sílaba y luego una palabra y luego una frase, eso es un acto mágico. Ese es el papel en la primera educación. Pero hay otra más importante todavía que ya no es enseñar a leer sino hacer lectores. El que es lector nunca estará solo, se está renovando permanentemente en la vida. A mí a veces me dicen “escribe unas cosas sobre tu biografía”; y yo digo no, yo haría mi biobibliografía, qué ser he sido yo a través de mis lecturas. El segundo papel importante de la institución educativa es hacer lectores. Obviamente, tenemos toda la competencia de los medios masivos que no exigen esfuerzo mental —porque el problema de la lectura es que te exige esfuerzo mental— pero es donde cobra vida (...) Borges decía muy bonito: “un libro sin lector es papel entintado”. El libro cobra vida con la lectura. El que nosotros logramos que se vuelva un lector está salvado para el resto de su vida: sabe que es un ser finito, sabe que es un ser incompleto, y siempre está buscando alimentarse, porque la ignorancia no es un estado de vacío sino de llenura. El ignorante lo sabe todo y tiene explicación para todo, en cambio el científico sabe que cada hallazgo es un punto de partida. Realmente el conocimiento es un gran vacío, por eso Sócrates decía “sólo sé que nada sé”, porque llego hasta aquí y eso me abre mil puertas más, entonces es como la gran tarea que tenemos.


Vos hablás, incluso, de “la noche del asombro”.


Claro. Esa noche en donde uno no puede dejar de leer. Para mí fue Miguel Strogoff de Julio Verne. Yo no podía dormirme sin saber si ese hombre sí iba a lograr llevar el mensaje del Zar, si iba a quedar ciego, si tal…y lo que hacemos los lectores el resto de la vida es tratar de recuperar esa noche del asombro, es volver a ese momento mágico. Y además, es que imagínate que con la lectura, como dice Carl Sagan, uno puede conversar por las noches con los seres más brillantes que ha dado la humanidad. Esta noche yo me puedo sentar a conversar con Platón, Sócrates, Shakespeare, Cervantes, García Márquez… Hay unos teóricos que están cuestionando el concepto de consumo cultural porque asimilan que consumo es como una vela que se va consumiendo… En cambio, el consumo cultural es cómo esa lectura lleva a la creación. Yo lo identifico así: un hombre en Praga a principios del Siglo XX escribe un libro que se llama “La Metamorfosis”. Por arte de magia, ese libro llega a un colegio en Zipaquirá en los años cincuenta y un hombre lee ese libro y dice “ah, esto es literatura”, y después ese hombre escribe Cien Años de Soledad, y después un jovencito en una región ignota de China lee Cien años de soledad y dice “esto es literatura”, y es Mo Yan que luego va a escribir su propia obra. No es el consumo, sino la lectura, la que genera creaciones, de donde nos alimentamos y de donde nos inspiramos.


Para nosotros, en el marco en el que estamos creando la revista [Sentido Común] es fundamental la amistad. Para los clásicos también era muy importante. Con todo lo que hemos hablado, ¿tú crees que con tanta tecnología, con tan poco espacio que parece haber, se esté reevaluando y revalorando la idea de amistad?


Sí. Las redes sociales cambiaron completamente las relaciones. A mí me impresionaba mucho cuando me sentaba a conversar con los jóvenes en la universidad, chicas que me decían “es que para mí la soledad es que no me escriban nosecuantos mensajes el día de mi cumpleaños”. Estamos pendientes de si me gusta o no me gusta, pero la amistad es estar abrazando al ser cercano en los momentos más difíciles. Y uno puede ser el gran amigo (...) yo tengo amigos que paso cinco años sin ver, y cuando volvemos y nos encontramos, reanudamos una conversación. Yo sí creo que las nuevas tecnologías nos han alejado de ese contacto físico y esa cercanía de la amistad, que es lo único que nos llevamos. Uno no se lleva sino la fraternidad, es decir el amor en la familia (...) y agradecer haber vivido acompañado una parte del camino como dice [Álvaro] Mutis. Eso es, sin exigir, sin pedir, sino aceptar al otro tal como es, y siempre ése es el que está en el momento difícil


¿Cuál y por qué dirías tú que es un ejemplo de amistad que te parezca modélico, en la historia o en la literatura?


Muchos. Yo tuve la fortuna de tener grandes amigos (...) mucho mayores que yo. Además, porque mi suegro me enseñó una cosa, él era un hombre muy sabio, me decía: “cuando uno es joven, tiene que tener amigos adultos que le transmitan experiencia, pero cuando uno es adulto tiene que estar en la cercanía de los jóvenes, que te transmiten vitalidad”. Mis amigos fueron muy mayores, de hecho mi gran amigo Manuel Mejía [Vallejo] cumpliría cien años el año entrante, pero en la historia uno puede tener el ejemplo de amistades tanto en la política, en la literatura. Un ejemplo en Colombia fue el Grupo de Barranquilla, lo que se generó a través de unos amigos que se reunían en un café que se llamaba La Cueva; de ahí salió García Márquez y salió Obregón, salió Álvaro Cepeda Samudio, etc. Acá en Antioquia un grupo de literatos, Manuel Mejía [Vallejo], Carlos Castro Saavedra, etc. Y hay amistades, uno lo puede seguir en la industria… una de las fundaciones más poderosas que hay en Medellín fueron unos amigos que al salir de la universidad decidieron poner cada uno “equis pesitos” y hoy es una fundación muy importante. Y ellos siguen siendo amigos. Hay ejemplos de esa amistad, muy hermosa.



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