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María Isabel Giraldo Moreno

El elefante en mi biblioteca

Por María Isabel Giraldo Moreno


“Fue el tiempo que pasaste con tu rosa, la que la hizo tan importante”

El Principito, Antoine Saint Exupéry



Entre otros adornos sin importancia, hay un objeto que acompaña los libros de mi biblioteca, más especial que los demás. Es un elefante de madera oscura, de unos 15 centímetros de largo y 8 de alto. Es bonito, sí, pero para un espectador cualquiera no tiene mucho más que lo haga resaltar. Para mí, es infinito.


Siempre he sido buena dando regalos, particularmente a mis amigos más cercanos. Los escojo con cuidado, observando a mi alrededor y pensando una y otra vez en esa persona amada, sus intereses, necesidades y sueños, lo que lo hace sonreír, reír, lo que lo asombra. No me gusta dar regalos genéricos de los viajes, el típico souvenir que termina empolvado y olvidado en un cajón, y que nadie es capaz de botar porque “me lo trajo no sé quién de no sé dónde”.


En el viaje a Sudáfrica de 2016, escogí como regalo animales de madera para cada uno de mis amigos, según su animal favorito o espiritual (si no lo tenían pues lo inventaba en ese momento). Una jirafa, un hipopótamo, un león. Un elefante. Ese le tocó a Eli, mi mejor amiga desde los 8 años. Todos agradecieron, se asombraron tal como lo había imaginado y le dieron un lugar especial a su animal de madera en su casa y en nuestra historia como amigos.


Un par de años después, Eli se fue a vivir a Bogotá y con ella se fue el elefante. Se ganó un lugar en su biblioteca, entre los libros que se llevó desde Medellín y los nuevos que fue comprando, como si participara en la historia de su vida. Allí estuvo el elefante cada vez que la visité y, cada vez que lo veía me contaba cuentos de Sudáfrica, de Medellín, de Bogotá.


En 2020 fue mi turno para migrar a la capital. Cuál no sería la sorpresa del noble elefante al ser empacado por Eli junto a adornos y libros y volver a ver la luz en el que ahora es mi hogar, el que compartí con Eli durante un año. Juntamos nuestros libros para una biblioteca donde se alojó el elefante. Cuando Eli se fue a Estados Unidos dejó muchas cosas. “Cuídalas mientras vuelvo, si es que vuelvo”. Así fue cómo el elefante y yo nos reencontramos.


El filósofo surcoreano Byung Chul Han habla de nuestra relación con las cosas - los objetos materiales - y de cómo en la actualidad sufrimos un desapego a ellas que nos desconfigura como seres humanos y como sociedad. “Las cosas estabilizan la vida humana, «y su objetividad radica en el hecho de que […] los hombres, a pesar de su siempre cambiante naturaleza, pueden recuperar su unicidad, es decir, su identidad, al relacionarla con la misma silla y con la misma mesa». Las cosas son polos de reposo de la vida.


El autor plantea que las cosas han sido reemplazadas por la información, que por sí sola no ilumina sino que oscurece y desintegra la existencia, y diluye los límites entre lo real y lo falso. Nos hemos convertido en consumidores frenéticos de información infinita y pasajera, trotadores de mundos desvinculados a lugares, personas y objetos, identidad que pareciera liberarnos pero que solo nos vuelve gaseosos y desintegrados.


“(...) la gente de hoy ya no es capaz de quedarse con las cosas, ni de vivificarlas haciendo de ellas sus fieles compañeras. Las cosas queridas suponen un vínculo libidinal intenso. En la actualidad no queremos atarnos a las cosas ni a las personas. Los vínculos son inoportunos. Restan posibilidades a la experiencia, es decir, a la libertad en el sentido consumista”.


Hoy no quiero escribir una entrada más sobre los efectos de la tecnología y las redes sociales. Hoy quiero hablar sobre mi elefante (no es mío pero también es mío). Es solo materia, madera de algún árbol africano que fue cortado, transportado, moldeado y transformado hasta llegar a mis manos y cruzar el Atlántico conmigo.


Pero no es solo eso. Ese pedazo de materia es mucho más. He ahí la paradoja. Es mi viaje a Sudáfrica, es una amistad que perdura, es dejar la casa de los papás y aventurarse al mundo; es hogar, es lectura vieja y nueva, es belleza, es más amistad, es extrañar y recordar. Esa madera carga una parte de mi alma, del alma de Eli y del de cada visitante que lo mira y lo admira. Esa madera hace que mi apartamento sea mucho más que solo un lugar para vivir. Lleva mi identidad y mi historia, y me las recuerda todos los días.


En su libro “No-cosas”, Han cuenta cómo una gramola vieja se convirtió para él en un ancla salvadora, en esperanza, vínculo y vida: “La gramola es un otro real que tengo enfrente, como lo es el pesado piano de cola. Cuando me pongo delante de la gramola o toco el piano, pienso: para ser felices necesitamos algo enfrente de nosotros que nos supere (...) Mi gramola es, creo, tan vieja como yo. Pero seguro que me sobrevivirá. Hay algo que consuela en este pensamiento…”.


Así es el elefante en mi biblioteca, mi elefante. Cada día, es una de las cosas que me rescata del abismo del sinsentido. Me ata a esta tierra, a este mundo material, a mis amigos, a mí misma. ¡Y qué libre soy al estar atada!



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