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Luciano Pérez Gómez

Del realismo al nihilismo

-Por Luciano Pérez Gómez





Soy miembro de una nueva generación que pareciera querer devorarse el mundo de un solo bocado; una generación que piensa que lo nuevo es mejor y que el creer en un ser superior no tiene ningún sentido porque nada puede ser igual al pasado y existen numerosas causas que nadie ha querido resolver. Por eso, intentamos borrar el rastro de todo lo bueno que ha habido en la historia de la humanidad, para inventar una nueva queja cada día. Una generación que piensa que todo debe cambiar menos su propia opinión, que es palabra profética.


Vivimos inconformes con todo lo bueno del pasado. Esto se puede ver tanto en las profesiones, como la religión y la corriente actual del pensamiento. Miremos, por ejemplo, la importancia del trabajador del campo, que tristemente se ha convertido en un oficio en vía de extinción. Los hijos de familias que habitan las zonas rurales están migrando a la ciudad para buscar suerte en otras labores. Entre esas nuevas profesiones, resalta una cada vez más famosa: el llamado “influencer”. No critico dicha profesión ni tengo nada en contra de los creadores de contenido digital (de hecho, algunos ayudan a crecer a las empresas y a generar más empleo), pero el hecho de que cada vez más personas se dediquen a esta tarea es preocupante porque los jóvenes están abandonando otras labores nobles y necesarias, como la agricultura, el emprendimiento y el estudio, simplemente enfocados en lo que ganan algunos influencers por lo que hacen.


La tarea del creador de contenido es necesaria. El problema es que esta ocupación, que para algunos trae tanta abundancia, genera poco valor agregado para la sociedad, que cada vez invierte más tiempo y recursos en personas como estas. Mientras que la inversión productiva permite prestar mejores servicios, ofrecer mejores productos y mejorar la vida de empleados y consumidores, la creación de contenido suele enfocar sus recursos en mejorar el estilo de vida del influenciador. Y quizás así, poco a poco, veremos menos estudiantes, profesionales y empleadores en el mundo.


Es difícil de entender por qué los seres humanos somos cada vez menos naturales y por qué abunda el deseo de tener más fama, dinero y poder de manera fácil, haciendo menos por los demás y quejándonos más en comparación con lo que realmente aportamos.


Muchos quieren ser líderes sin tener las habilidades necesarias, e incluso sin ser necesitados, eliminando la meritocracia e ignorando la naturaleza humana, que nos ha demostrado que cada uno piensa diferente y es bueno en algo diferente y por esos motivos tiene un rol distinto en la sociedad. El afán de poder beneficia poco a la sociedad porque muchos de estos líderes, sin causas ni ideales, guían a miles hacia ideas equivocadas e incluso hacia la idolatría de ellos mismos, como si no tuvieran defectos. Los ejemplos sobran, sea en la farándula o la política, y no es sino reflejo de personas que se abanderan en el cambio buscando, a fin de cuentas, sobresalir sobre los demás.

Parece que nuestra realidad se está convirtiendo a aquel nihilismo de Nietzsche, que pedía dejar a un lado todo razonamiento moral, religioso, ético o amoroso para crear un nuevo mundo en el que Dios no existe. Donde la voluntad de poder es el único criterio guía y el Super Hombre quien controla la existencia.


Si algo nos ha demostrado la realidad política de Colombia en los últimos años es que cuando alguien llega con espíritu revolucionario y quiere tener el poder, creyéndose un mesías, quienes lo siguen harán todo lo posible para que sus promesas vacías lleguen a la cima sin importar el juego limpio y dándole cabida a las mentiras, a los ataques a sus opositores y trazando una “línea ética” que correrán cada vez más. Una nueva forma de hacer las cosas diferentes, sí, pero no mejores que antes.


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