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Alejandra Rodríguez Villamizar

Cosas que tienen sentido después de un viaje con amigos

Por Alejandra Rodríguez Villamizar



En mi mundo casi no existen los grupos de amigos. No es común encontrar grupos de personas que deciden dedicar una cantidad de tiempo enorme a compartir juntos sin ser criticados, juzgados o categorizados por las personas “normales”. Es más común tener viejos conocidos con los que alguna vez fuimos cercanos y de vez en cuando escuchar historias mutuas de nuestros intentos de sobrevivir en soledad.


Esta amistad empezó de viaje. Planeamos en abril, paseamos en septiembre. Faltamos tres días a la universidad porque decidimos irnos un “fin de semana” de sábado a miércoles. No le contamos a nadie, solo aparecimos en Instagram con fotos bonitas en la mitad de la semana jurando haber vivido el mejor paseo del mundo en el caribe de Colombia. En ese paseo planeamos los días alrededor de la comida y los atardeceres bonitos, no hicimos nada de lo que la gente de nuestra edad iba a hacer a Cartagena. En vez de salir de rumba vimos Mean Girls con aire acondicionado todos apiñados en una cama, en vez de salir arreglados a comer a la Ciudad Vieja vimos cómo un rayo tumbó la estatua de una Virgen en una tormenta y uno de nosotros salió en pijama y comiendo manzana verde por el noticiero nacional. Y en vez de ir a los restaurantes famosos decidimos ir al “Punto Múltiple del Sabor” al que bautizamos como “el Falabella de las comidas”.

En ese viaje descubrimos que habíamos encontrado un tesoro. Éramos nosotros.


Desde entonces, nuestros mejores momentos han sido de viaje, viajes con un seguro de devolución: cerca de la casa. De viaje al río más cercano, a la laguna más cercana, a la playa más cercana, a la montaña más cercana, al páramo de más fácil acceso del país, a la Capital. Viajes que nos aseguraran que si algo salía mal igual podríamos regresar a la casa de cada uno y seguir con nuestras vidas en cuestión de horas. Pero eso jamás pasó, y aunque tuvimos miles de conversaciones difíciles y dramas internos hemos decidido silenciosamente que nos quedamos.


Nos quedamos y construimos esta amistad exigente y al mismo tiempo indiferente en la que nos hemos visto crecer a medida que pasan los años. Nos quedamos explorando rincones de nuestro país y de nuestras almas hasta alcanzar a ver lo más puro de ambas, eso que los turistas normalmente no alcanzan a encontrar. Nos quedamos porque el mundo no está hecho para nosotros y nosotros no estamos hechos para el mundo pero sí estamos hechos para nosotros. Nos quedamos porque entendemos que solo nuestra presencia es suficiente para hacernos mejores, para crecer, para soñar con la divinidad, para agradecerle. Los dejé de llamar por sus nombres individuales y me empecé a referir a ellos ante los demás como “mis amigos”, y de repente, todo el mundo empezó a entender a quién me refería. Nos quedamos en los paseos y en la vida de los otros.


Y no, no somos iguales, somos sustancialmente distintos. Cada uno tiene sus gustos, sus ideas del mundo y sus expectativas de vida en medidas muy diferentes a las de los otros, pero es precisamente gracias a esas diferencias que cada uno es quién es. “Soy porque somos”. Soy ruidosa y hablo de más porque así entiendo el mundo y me gustaría entender a mis amigos de esa misma forma. Soy del grupo de los torpes y descontrolados a pesar de vivir alrededor de varios obsesivos y cuadriculados. Estoy perdida en el mundo porque no lo entiendo, pero veo a mis amigos vivir y eso me ayuda a tratar de encontrar un camino, así como lo han encontrado ellos. Soy exigente con mis otras relaciones porque la vara está muy alta y ha estado alta desde que los tengo a ellos. Soy demasiado auténtica, me han dicho como defecto, porque es la única forma de vivir que conozco gracias a mis amigos. Estoy obsesionada con la Verdad porque mis amigos me han mostrado suave y cuidadosamente los efectos de vivir relacionada con la mentira.


Mis amigos me han ayudado a descubrir la mujer que soy hoy. Femenina, hambrienta, gritona, auténtica (y esto no es un defecto), lectora, escritora, procrastinadora. Mis amigos me hacen reír hasta quedar sin aire y comer hasta sentir que vamos a explotar. Mis amigos se han embarcado conmigo en un viaje al centro del alma teniendo espacios de autorreflexión en cada paseo. Gracias a esos momentos en los que lloramos, preguntamos, nos golpeamos con verdades difíciles de admitir, discutimos y nos abrazamos es que somos quienes somos hoy. Gracias a compartir el vino que nos hace sacar lo que necesitemos sacar para volver a sentirnos vivos es que nos damos permiso de crecer. Gracias a exigir tiempo, compañía y cuidado como si fuera nuestro derecho es que nos hemos convertido en buenos amigos. Gracias a asegurarnos casi con certeza que el tiempo no existe es que cada uno vive a su tiempo a pesar de las presiones y la velocidad del mundo. Gracias a la comida que nos reúne es que hemos inventado todas las excusas para alargar los planes incluso hasta el otro día. Gracias a las conversaciones profundas sobre realidad es que podemos asegurar que un viaje de 21 días a Europa no implica escaparnos de la vida real sino, antes, vivir la vida juntos.


Algunos dicen que pasar tiempo con los verdaderos amigos “te saca de la rutina” pero yo nunca he necesitado que me saquen de la rutina porque mi rutina son ellos, aunque ahora ya no vivamos en la misma ciudad. La vida real son ellos. Son las reuniones en cafés mientras cada uno trabaja en lo suyo, las tardes de domingo tomando café y viendo el atardecer en el alto de las Palmas, las reuniones alrededor de la chimenea con vino y quesos robados. Son los silencios prolongados y las habladas por turnos porque todo el mundo tiene mil cosas para decir. Pero la vida real también son las conversaciones profundas en aviones, trenes y carros, tomarnos el café más caro de nuestra vida en el Café de París en Montecarlo, tirarnos al piso en un parque de cualquier pueblito europeo para quejarnos de que no estamos hechos para pasear como turistas. La vida real se cuela por los huequitos que le dejamos a las vacaciones. Ahí, en dejarnos tirados en una estación de tren sin saber para dónde ir o en un bus cruzando una frontera a media noche en medio de varios criminales en potencia, es donde vemos al otro como real. Por más fantasías que creamos que estamos viviendo un día perfecto nadando en el Mediterráneo y por más pellizcos que sintamos que nos tenemos que dar por no poder creer que estamos recorriendo juntos las callecitas de Pisa y Florencia siempre va a llegar un aguacero, o un golpe de frente contra una señal de tránsito, que nos recuerde que pasear con los amigos del alma es parte de la realidad, que es eso a lo que le llamamos vivir, y que el deseo más profundo de nuestro corazón debería ser que la vida real sea tan buena que hasta la peor trampa de turistas del mundo sea la mejor parte del paseo porque nos hicimos reír hasta llorar.


En mi realidad se habla en español, se lee en inglés, se come duraznos en italiano y quesos en francés, se toma café colombiano, se pintan cuadros con lapicero de oficina, se escribe con rabia, se vive con indignación y se ve cine mudo. Mi nombre tiene catorce apellidos y cada apellido tiene una personalidad distinta que me construye y a veces me deconstruye, pero no se mueve cuando es hora de reconstruir y sobre todo si estoy en medio de una tormenta.


No todo está bien todo el tiempo, con los años vendrán más momentos de incertidumbre y soledad, y siempre, siempre, será un placer vivirlos acompañada.


Tómese un Aperol Spritz sin preguntar cuánto vale. Ríase con pánico cuando llegue la cuenta. Ríase mucho, ríase más. Que le duelan el estómago y los cachetes. Llore de la risa, pierda la fuerza de sus piernas mientras baja una montaña. Abrace a esos que lleva años sin abrazar. Grite y salte cuando los vea y no sienta dolor cuando en el abrazo le halen el pelo. Pídale a sus amigos que sean mejores amigos. Llore, déjese limpiar las lágrimas por otro. Dé las buenas noches y no se asuste si el otro habla dormido. Antes de acostarse a dormir (y ojalá esto sea en la madrugada) no se lave las manos porque están llenas de felicidad.


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